Viaje al
centro de la Feria
Por Ana Vargas
Por
el Palacio de Minería se pasean los espíritus de Cortázar, Saramago y “el Gabo”;
por otro lado, anda Shakespeare persiguiendo al duende Puck para que deje de
revolver libros; también andan juntos Platón y Sócrates cortando el aire con el
movimiento de sus manos en compás con sus palabras. En otra parte, levitan las definiciones del diccionario de
Oxford, y entre las rígidas columnas, vuelan frases literarias que persiguen
musas etéreas.
En este Palacio se juntan dos mundos: la eternidad de la vida del libro y de las ideas con el mundo de los mortales, por llamarnos de alguna forma a los lectores. Nosotros, los caminantes en busca de historias, somos los que resucitamos el alma de los escritores cada vez que le damos sentido a la palabra impresa. Así que, entre musas, espíritus, cuerpos, sudores, papeles, pastas y estantes, emerge la edición 33 de la Feria Internacional del Libro de Minería.
Foto: Melissa Jiménez
Libros
y libreros
La
UNAM cuenta con uno de los espacios más grandes en el Palacio de Minería,
además de usar la parte de la librería que permanece abierta todo el año, renta
también un patio. A pesar de tener un sitio amplio, la cantidad de libros que
están en la Feria es mínima en comparación con “los más de 2 millones de
títulos del catálogo de la Universidad”, explica Sergio Vargas, encargado de
este librero.
En
esta Feria hay alrededor de 49 mil libros de distintas facultades, institutos y
posgrados de la UNAM, todas estas publicaciones revelan el interés primeramente
cultural de la máxima casa de estudios y, en última instancia, la preocupación
por los ingresos editoriales.
A
diferencia de otros libros que se queman cuando tardan mucho tiempo en
venderse, los de la UNAM tienen vida eterna asegurada pues los que se van
quedando se donan a bibliotecas públicas de la República mexicana.
En
los libreros también vemos la huella del camino que recorren los escritores:
publican sus primeros textos en editoriales pequeñas y luego, cuando los inspira
algo tan especial como para crear aquello que llamará la atención de lectores y
otros escritores, imprimen sus manuscritos en empresas editoriales más grandes.
Por ejemplo, Ángeles Mastretta tiene sus primeros libros editados por Cal y Arena, pero ahora sus letras viven
en Alfaguara.
En
los estantes de Alfaguara quedan los vestigios del trabajo de “un
muy buen editor”, como lo llama Esteban
Jiménez, encargado del librero. “Sealtiel Alatriste trajo a Vargas Llosa, a
José Saramago, a Carlos Fuentes y Arturo Pérez-Reverte que le puso a su novela El Capitán Alatriste por Alatriste, como
editor hizo un gran trabajo”, recordó Esteban. En el corazón del recinto están
las editoriales de Grupo Santillana: Taurus,
Alfaguara, Aguilar, Altea, Punto de
Lectura y Suma. Entre estos
estantes hay libros de auto ayuda, otros para niños, y también de reconocidos
autores.
En
uno de los patios con espacio más amplio se encuentra el Fondo de Cultura Económica creada en 1934 por Daniel Cosío Villegas
con el propósito de editar libros para los estudiantes de la recién formada
Escuela Nacional de Economía; pero, con el paso del tiempo fue publicando una
amplia oferta de títulos de diversos temas: desde cuentos para niños hasta
filosofía, sociología, antropología, arte universal, psicología, etc.
Editorial Cal y Arena
Esteban Jiménez de Alfaguara
Fotos por Melissa Jimenez
Lectores
y ladrones
Se
van llenando los pasillos y rincones del Palacio de Minería, desde metro Bellas
Artes se ve cruzar al río de gente que emprenderá un viaje al centro de la
feria, empezando por hacer una fila que llega hasta la esquina del edificio de
Correos.
La
Feria del Libro es para todos: para los lectores que buscan interesarse en uno
o varios libros, revisan detenidamente las opciones, se detienen, los abren,
los leen de reojo… Para las escuelas, primarias y secundarias, que programaron
visitas de grupos enteros al tradicional evento. Es también para los editores
que revisan nuevos diseños o que, con un olfato desarrollado para encontrar
buenos libros, buscan las propuestas internacionales que podrían llevar para su empresa.
Y
por supuesto, en este recinto no se discrimina a nadie, también van los
ladrones de libros, que no roban para leer, sino para vender. La gente se
emociona con esas “gangas” del corredor a un lado de Minería, tal vez poco
conscientes de que ese dinero no regresará a la empresa que gastó en contratar
a un escritor, en hacer un diseño para el libro, en la corrección de estilo, en
la impresión, en los gastos de almacenamiento y distribución, todo eso multiplicado
por miles de ejemplares.
De
esta manera, el Palacio de Minería, que para algunos ya resulta insuficiente en
términos de espacio, se viste de nuevo con letras que tienen esperanza de
resucitar en el corazón de un lector. Así se arma este vals entre inmortales y
mortales, año con año en la ciudad de México.
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